Un pescador desciende por la barranca. Allí abajo, el agua se escucha a sí misma desde tiempo inmemorial. Su música está en el oído de los peces. Una larga espera en la canoa trae noticias de la profundidad. El tiempo transcurre entre los nudos de la red, pero es el vacío el que la vuelve útil. Como en los cuencos de Lao Tse, los poemas de Pescador se desplazan por un espacio y un tiempo intactos, disponibles. En la suspensión, sucede la pesca… Al apoyar el oído contra la superficie del agua, el poeta escucha: Hueso de una huella/ algo que no es/ lo llama. El cuerpo/ fija su límite/ y cruza. El vacío del pescador/ tensa/ el aire de la habitación.
Silvia Castro