Escucho a los ugures. No sé cuánto llevo echada en la tierra a la orilla de este idioma. Alguien sigue dándome de beber y me llega el ugurá, en olas pequeñas y suaves. Yo dejo que el agua se me escape entre los dedos. No duermo ni vigilo. Se me posa en la frente una mano que me trae unas pocas palabras que anido nítidas antes de que vuelen: “Jabraní cus ugurá”.
Adentro,
el lapacho se expande,
se irradia y florezco…